LA ANSIEDAD Y LA RELACIÓN CON LA COMIDA

Después de un largo invierno de frío, comienza a manifestarse tímidamente la primavera. Lo que para muchos es el comienzo de un periodo propicio para hacer excursiones o planear las vacaciones, para otros significa el inicio de una época en la que, si cabe, se hace más patente la existencia de un problema con la comida.

 

Al final del invierno, casi todos nos encontramos con dos o tres kilos de más. Muchos iniciaremos una dieta que nos llevara a perderlos, al menos,  hasta el próximo invierno. El problema es, cuando año tras año, las dietas se suceden sin demasiado éxito. No por su falta de eficacia, sino por nuestra imposibilidad de seguirla, con el consiguiente sentimiento de fracaso y frustración.

 

A muchos, frases como estas le resultaran familiares: “soy incapaz de seguir la dieta un día entero o una semana entera o un mes entero, las empiezo con muchas ganas pero luego…”. “los días anteriores a pesarme dejo de comer, para que se note menos que

no he seguido la dieta”. “puedo seguirla durante todo el día, pero cuando llega la noche, se disparan las ganas de comer”. “hoy me como todo, pero mañana empiezo”.

 

Sabemos que la mayoría de las veces no es por hambre por lo que comemos sino “empujados” por unas irresistibles ganas de comer. Propiciando este proceso encontramos, entre otras cosas, unos niveles excesivos de ansiedad así como una mala canalización de ésta.

 

Hay situaciones que generan ansiedad. Situaciones difíciles como una enfermedad o estar en el paro e incluso positivas como una boda, el nacimiento de un hijo o un viaje.

La ansiedad forma parte de los recursos de que disponemos para hacer frente a las nuevas circunstancias que se nos puedan ir presentando. Pero hay que diferenciar entre

la ansiedad normal y un trastorno de ansiedad. El primero cumple una función adaptativa mientras que el segundo es incapacitante.

 

El rasgo central de la ansiedad patológica es un intenso malestar mental que se manifiesta con  una sensación de incapacidad frente al futuro y frente a los propios síntomas. La impresión de que todo se escapa a nuestro control, de que entramos en una vorágine de la que no vamos a poder salir, sino mal parados. Todo esto se acompaña de distintos síntomas físicos: sudoración, taquicardia, respiración entrecortada, molestias estomacales, sensación de mareo, etc.

 

En muchas ocasiones, damos a la comida un valor y contenido que van más allá de la función reparadora y energética. El comer se convierte en un premio, una celebración o una compensación. Cuando se ha hecho dieta de manera crónica, la conducta alimentaría se desinhibe en un gran numero de ocasiones como, aquellas que nos generan ansiedad, en las que se ha transgredido la propia dieta, con determinados estados de animo o  en las que se ha  consumido alcohol.

 

 Así, comer aquello que nos gusta nos ayuda a diminuir la ansiedad y favorece que nuestro ánimo mejore. Pero casi inmediatamente aparece el sentimiento de culpabilidad y la preocupación por ganar peso. Como consecuencia se inicia de nuevo una dieta, esta vez aun más restrictiva, para compensar los abusos anteriores, lo que ayuda a eliminar la culpabilidad. Estos procesos repetidos a lo largo del tiempo tienen unas consecuencias psicológicas y físicas que darán como resultado la posibilidad de ganar peso y convertirse con mayor probabilidad en un obeso. Sin contemplar el desgaste y sufrimiento psicológico.

 

Es importante, cuando identificamos que nuestros patrones alimentarios no son normales o cuando percibimos que los índices de ansiedad son elevados, acudir a un especialista que nos procure herramientas con las que hacer frente a la ansiedad y pautas para modificar los comportamientos con la comida. En este sentido, se propondrá un plan para la resolución del problema en su conjunto, procurando el abordaje del mismo desde distintas perspectivas, tanto medica como psicológica y nutricional. Lo que si hay que tener presente es que, tanto los problemas relacionados con la alimentación como la ansiedad pueden tener una solución cuando se trabaja sobre ellos de una manera regular y sistemática.

 

 

 

SÍNDROME COMPULSIVO ALIMENTICIO

 

Desde hace ya varios años, se oye hablar con mucha frecuencia de los trastornos relacionados con la alimentación, especialmente de la anorexia y la bulimia.

Muchos habremos conocido de cerca a personas que las han padecido, o habremos oído hablar de sus síntomas y manifestaciones. Igualmente, la repercusión social ha sido grande y los medios de comunicación se han hecho eco de ellos en innumerables  ocasiones.

 

En cambio, con otros problemas relacionados también  con la alimentación no ocurre lo mismo, como es el caso del síndrome compulsivo alimenticio (este síndrome ha sido recientemente reconocido como un trastorno de la alimentación), y ello, a pesar de que la incidencia es muy superior al de la bulimia y la anorexia. Afecta, al igual que éstas, mayoritariamente a mujeres.

 

Se caracteriza por la presencia frecuente, de atracones (como promedio dos veces por semana), con sensación de perdida del control y acompañados de un profundo malestar.

Además se pueden dar tres o más de los siguientes síntomas:

 

1. Ingerir grandes cantidades de alimentos

 

2. Comer hasta sentirse desagradablemente lleno. En ocasiones con dolor abdominal.

 

3. Ingesta con gran voracidad. Normalmente en un tiempo corto, por lo tanto, de forma

    rápida.

 

4. Normalmente se come a escondidas, cuando la persona está sola.

 

5. Aparición posterior de sentimiento de culpa, ineficacia e incapacidad.

 

 

 

Las personas que padecen este síndrome generalmente han intentado hacer dieta en muchas ocasiones (entre un 15 y un 50% de las que hacen dieta, tienen este tipo de problema). A veces con éxito, pero aun en estos casos, sólo temporal y pasajero.

 

Una y otra vez vuelven a recuperar el peso perdido o, al menos, parte de él. Iniciando así un círculo vicioso del que resulta difícil salir.

 

Los comedores compulsivos suelen tener un auto- concepto distorsionado, una percepción de sí mismos pobre, sujeta y condicionada a la imagen corporal. Los logros y fracasos están mediatizados por el hecho de “estar gordo o delgado”.

En muchas ocasiones, el sobrepeso sirve de parapeto detrás del que esconderse para no hacer frente a situaciones que resultan difíciles de abordar.

 

En estas personas se da una marcada dificultad en el manejo de la ansiedad, (presente siempre en el problema) y los conflictos emocionales. Situaciones cotidianas se convierten con frecuencia en una fuente generadora de malestar (Comprar ropa, las relaciones sociales, etc) A través de la comida se calman y canalizan las emociones negativas, que muchas veces comportan un malestar insostenible y así se inicia otro circulo vicioso en el que se come para paliar una tensión, generando con esta acción un dolor y tensión mucho mayores a la postre.

 

Comer compulsivamente afecta de manera integral a quien lo padece, teniendo consecuencias tanto físicas, como psicológicas. Por esta razón, el tratamiento también deberá ser integral. Deberemos abordarlo desde distintos aspectos: físico, psicológico y educacional.

 

En primer lugar, tendremos que procurar una nueva reorganización de la comida. En muchas ocasiones hay que aprender de nuevo a comer. Una dieta excesivamente restrictiva genera tales carencias nutricionales y tal  presión psicológica que propicia la posibilidad de que se produzca un atracón. Por ello, mantendremos un ritmo de ingestas regulares y suficientes.

 

Otro objetivo primordial será aprender a discriminar las sensaciones de hambre y saciedad, lo que en parte vendrá dado como consecuencia de la regularidad  en las comidas.

 

Será prioritario aprender a separar los sentimientos negativos (rabia, aburrimiento o insatisfacción) y las carencias afectivas, de la comida, diferenciándolos entre sí. Para ello, buscaremos la manera de detectarlos y vías  por las que poder canalizarlos. Al mismo tiempo aprenderemos las técnicas para el manejo de la ansiedad y el estrés. Identificar las situaciones generadoras de ansiedad y desarrollar habilidades en la resolución de conflictos.

 

Todo ello, sabiendo que este tipo de problemas tienen una solución. Es importante tomar conciencia de la importancia que tienen y no aceptar como inevitable una situación que nos resta bienestar social, familiar y personal.

 

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